“No fumo, no bebo y no consumo drogas, pero cada día siento la necesidad de tomar azúcar”. Aunque hasta ahora este parecía el perfil de una persona sana, para Robert H. Lustig, Laura A. Schmidt y Claire D. Brindis, investigadores de la Universidad de California (EE UU), es el testimonio de un adicto.
Los tres científicos publicaron el pasado mes un artículo en la revista Nature que atacaba el consumo de azúcar y lo relacionaba con el aumento de enfermedades no transmisibles, como la obesidad o la diabetes.
Los autores afirman que los efectos de este aditivo en el cuerpo pueden ser similares a los provocados por ciertas sustancias adictivas como el alcohol y solicitan una regulación, también en los impuestos, que limite sus ventas en los colegios y la edad de compra, como se hace con el tabaco.
Sin embargo, para Javier Salvador, presidente de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), “la obesidad es el auténtico enemigo que favorece la aparición de una pléyade de complicaciones metabólicas, cardiovasculares, respiratorias, articulares e incluso cáncer en adolescentes y adultos, que pueden reducir significativamente la calidad y la expectativa de vida”.
Comparar la ingesta de azúcar con el alcohol y el tabaco parece un tanto exagerado. “Equiparar su consumo al de sustancias adictivas me parece excesivo en España. En EE UU, donde el consumo es mucho mayor y la obesidad afecta a uno de cada tres hombres y mujeres, la visión puede ser algo distinta”, explica Albert Lecube, investigador de la Unidad de Obesidad y Metabolismo del Hospital Vall d’Hebron.
Mientras que los científicos de la Universidad de California hablan del azúcar como una sustancia tóxica, puro veneno para el cuerpo, los expertos españoles se muestran tajantes y no consideran que nadie llegue a tratarse para dejar el azúcar, pues la verdadera clave reside en una dieta desequilibrada incluida dentro de otros hábitos de vida inadecuados.
El artículo de Lustig, Schmidt y Brindis subraya la necesidad de tomar medidas en países como EE UU, donde más de 600 kilocalorías diarias por persona provienen del azúcar. De hecho, los investigadores argumentan que el consumo mundial se ha triplicado durante los últimos 50 años.
Una amenaza global
El exceso de azúcar comporta efectos metabólicos indeseables, en gran parte mediados por su contribución al aporte calórico global, pero no hay razones para demonizar un consumo razonable en aquellas personas que poseen un metabolismo ‘normal’.
“Culpar especialmente al azúcar no parece merecido, sobre todo cuando otros elementos como el alcohol, las grasas saturadas –de mayor capacidad calórica–, el sedentarismo y la propia obesidad ocasionan efectos potenciadores de la resistencia a la leptina y del estrés metabólico, ambas repercusiones atribuidas a un aumento de su ingesta”, afirma Salvador.
La mesura parece ser la clave y la única vía posible para conseguirlo, la educación sanitaria y el acceso a otro tipo de alimentación. “Las personas deben conocer la composición de los alimentos que ingieren y que realizar alguna actividad física es muy conveniente. Establecer prohibiciones no parece la actitud estratégicamente más aconsejable”, señala Salvador.
Los investigadores estadounidenses, aun siendo más alarmistas, tampoco hablan de prohibición. Sugieren tomar como ejemplo las acciones que han reducido en los últimos años el consumo de alcohol y tabaco en muchos países, como establecer tasas especiales para su venta y restringir las licencias en máquinas de vending situadas en lugares públicos.
Ya sea a través de una maniobra de desintoxicación o de una labor de educación, el frente común de endocrinos y nutricionistas es frenar las impresionantes tasas de obesidad y otras enfermedades asociadas que asedian a la población de la mayoría de los países del mundo. Ojo a su nuevo enemigo: es discreto y mucho más dulce.
Fuente: Artículo de Verónica Fuentes para SINC
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