(– Washington, D.C.) El temor de que los cadáveres originen la propagación de infecciones después de un desastre natural es infundado en gran medida, y a menudo es motivo de que se dé un trato impropio a los cuerpos, lo cual agrava innecesariamente el sufrimiento de familiares y amigos que sobreviven, según señala un artículo científico que constituye el primer escrutinio extenso de lo publicado a este respecto. El artículo exploratorio aparece en el número de mayo de 2004 de la “Revista Panamericana de Salud Pública/Pan American Journal of Public Health”, revista mensual con revisión de expertos publicada por la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
“No hay pruebas de que después de un desastre natural los cadáveres constituyan un riesgo de epidemia”,señala el artículo escrito por Oliver Morgan, estudiante con grado de investigador de la Escuela Londinense de Higiene y Medicina Tropical (London School of Hygiene and Tropical Medicine), quien ha colaborado con los grupos de auxilio en desastres Oxfam y Médecins Sans Frontières (Médicos sin Fronteras) en América Latina, la India, África y los Balcanes.
Las epidemias que a lo largo de la historia han causado gran mortandad se han originado en sólo unas cuantas enfermedades, en particular: peste, cólera, tifoidea, tuberculosis, carbunco y viruela. Y aun en este caso, la probabilidad de que dichas infecciones estén presentes en víctimas de desastres, no es mayor que en la población general. Además, aunque algunas de esas enfermedades son muy contagiosas, los agentes que las causan no sobreviven mucho tiempo en el cuerpo humano una vez ocurrida la muerte. Por ello es improbable que esas epidemias se originen por contacto con cadáveres. Por el contrario, señala el artículo, “es mucho más probable que los sobrevivientes sean el origen de brotes de enfermedad”.
Para el artículo de escrutinio, Morgan realizó una indagación minuciosa de estudios publicados acerca de desastres naturales, de los peligros posibles para los sobrevivientes y para quienes manipulan los cadáveres, y el cuidado y disposición apropiadas de los cuerpos.
Si bien los socorristas que manipulan cadáveres en casos de desastre corren mayores riesgos que los sobrevivientes, esos riesgos pueden limitarse si se aplica un conjunto de medidas sencillas. Son precauciones apropiadas la capacitación del personal militar y de otros elementos que en casos de desastre quizá deban prestar ayuda, la vacunación de estas personas contra la hepatitis B y la tuberculosis, el uso de guantes desechables y de bolsas para guardar los cuerpos, el lavado de manos después de manipular cadáveres, y la desinfección de camillas y vehículos que se hayan utilizado para su traslado.
Preocupaciones injustificadas acerca de la contagiosidad de los cadáveres pueden dar lugar a decisiones precipitadas e improvisadas en cuanto al destino de los cuerpos, a veces antes de haber hecho una identificación adecuada de las víctimas, así como a tomar “precauciones” innecesarias, como la de enterrar los cadáveres en fosas comunes sobre las que luego se vierte cal clorada, como “desinfectante”.
Al decidir el destino final de los cuerpos deberían respetarse en todo lo posible las costumbres y prácticas locales. Cuando es grande el número de víctimas, probablemente el destino más apropiado sea la sepultura. Hay pocas razones para pensar que el entierro apropiado represente un peligro para los mantos freáticos que suministran agua para beber.
Según un editorial que acompaña al artículo, son varias las razones que llevan a tomar medidas innecesarias cuando ocurren desastres naturales. Aun cuando el respeto a los muertos es un valor profundamente arraigado en todas las culturas y religiones, “puede ser difícil separar entre el respeto por los difuntos y el miedo profundo a la muerte en sí, que es común a todos los seres humanos”, explica el editorial.
A veces, obligados por la presión de informes mediáticos engañosos acerca de los supuestos peligros que entrañan los cadáveres, los funcionarios públicos toman medidas injustificadas que dejan en los sobrevivientes incertidumbre sobre el paradero de algún miembro de la familia, lo que les hace más difícil superar la pérdida sufrida. Cuando no se hace la identificación de los cuerpos, los cónyuges o hijos pueden quedar hundidos en un limbo legal.
“El problema”, señala el editorial, “no es tanto ya —y quizá no ha sido nunca— una falta de conocimiento de los epidemiólogos y científicos. Lo importante es cómo esos profesionales de la salud instruidos podrán y habrán de resistir la presión de la opinión pública, y proteger los derechos de los sobrevivientes cuando el temor a lo desconocido se torne irrefrenable y los funcionarios busquen una forma fácil de aliviarlo”.
El editorial fue escrito por Claude de Ville de Goyet, consultor internacional en temas de salud, que por 25 años dirigió el Programa de Preparativos para Situaciones de Emergencia y Socorro en Casos de Desastre, de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).